Los discípulos se hallaban reunidos en el aposento alto. El Maestro que dinamizaba sus vidas y dominaba sus temores, estaba a punto de alejarse. Fue en este momento cuando Jesús cumplida ya su misión terrenal y en vísperas de ofrecer voluntariamente su vida previamente a su ascensión, pronunció palabras inolvidables que debían dar consuelo y seguridad. Son palabras que engendran esperanza y han fortalecido a cada generación en su época infundiéndole aliento en medio de las crisis. Helas aquí: "No se turbe vuestro corazón... vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Juan 14:1-3).

La culminación de la esperanza humana
La segunda venida de Cristo en gloria se presenta como la culminación de las más caras esperanzas del hombre, la realización de sus más exaltados ideales, la realización de sus más acariciadas expectativas. Es posible que tú repudies en primera instancia la idea de la segunda venida de Cristo a la tierra por considerarla ilusoria e improbable. Pero si estudias con atención las admirables profecías, aunque tengas una mentalidad escéptica por naturaleza te resultará abrumadora la evidencia de que la promesa de la segunda venida de Cristo en gloria, repetida centenares de veces en las Sagradas Escrituras, bien pronto se concretará.

Cuando te confrontes con el innegable y rotundo cumplimiento de las divinas predicciones, escritas hace dos mil quinientos años, llegarás forzosamente a la inevitable y necesaria conclusión de que sólo Dios pudo inspirar a los profetas a anticiparse de una manera tan precisa a los sucesos del porvenir.

Y ese mismo Dios que dirige la marcha del universo y rige los destinos de la humanidad, es el que ha establecido con tanta anticipación que, cuando los acontecimientos predichos se realizarán, el mundo estaría viviendo las últimas horas de su agonía, y estaría por rayar radiante y feliz, ese ansiado amanecer tras esta noche tormentosa en que nos estamos debatiendo.
Por otra parte, en vista del rotundo fracaso de todos los recursos humanos para resolver los problemas de nuestra civilización agonizante, ¿no es acaso consoladora la seguridad de que el advenimiento de Cristo comportará la solución cabal a todos los problemas de la sociedad y del hombre, la eliminación de todo rastro de injusticia, la supresión de todo dolor, el fin del sufrimiento y la muerte, y el establecimiento de un reino ideal sin sombras ni temores?  

Una luz inextinguible en medio de la noche
El hombre vive ansioso aguardando que alguien le traiga esperanza y consuelo, salud y bienestar, confianza y sosiego a esta tierra azotada por los furiosos embates del pecado y la maldad. Pero según las Escrituras, Cristo es el "Consolador" de todas nuestras penas y congojas, el "Salvador" de todos los males y pecados, el "Médico" de todas las enfermedades físicas y morales, el "Consejero" para todos los problemas, el "Padre Eterno" de todos los que se sienten huérfanos, el "Príncipe de paz" de un reino de bonanza y de justicia, y ahora está a las puertas de su segunda venida para erradicar definitivamente el mal y establecer su reino perfecto, sempiterno donde los redimidos disfrutarán de perfecta felicidad por la eternidad.

Los escritos sagrados y la esperanza milenaria

Job, el patriarca del dolor y la paciencia, que en medio del dolor y de la crisis triunfó, y arrebatado por la fe cantó sobre la esperanza que alentaba su alma: "¡Quién diese ahora que mis palabras fuesen escritas! ¿Quién diese que se escribiesen en un libro; que con cincel de hierro y con plomo fuesen esculpidas en piedra para siempre!" ¿Qué es lo que tanto lo entusiasmaba y que anhelaba grabar en forma imborrable? Veamos: "Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí" (Job 19:23-26).

La seguridad de ver al Redentor que había de volver por segunda vez a la tierra le infundía esperanza, confianza y estabilidad. Isaías, también lleno de confianza dijo: "He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa viene con él, y su paga producirá la aparición majestuosa de Cristo en la tierra, diciendo: Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; por que Jehová lo ha dicho. Y se dirá en aquel día: He aquí éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación" (Isaías 25:8-9). Daniel hablando del establecimiento del reino de Dios en estos días de la división política mundial expresó: "En los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre" (Daniel 2:44). Cristo vendrá en este tiempo del fin para destruir todo lo que esté fuera de su uso correcto, lo corrupto, lo decadente, y para levantar un reino nuevo, justo, imperecedero.




En tiempos más cercanos en el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo lleno de entusiasmo y esperanza exclamó: "Renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y salvador Jesucristo" (Tito 2:12-13). Pedro describe los sucesos de tremenda significación que habrán de acompañar el majestuoso advenimiento de Jesús, y declara: "El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en la cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ellas hay serán quemadas.
Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!" (2 Pedro 3:9-12). El vidente Juan proclama el magnífico suceso con estas palabras: "He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron, y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él" (Apocalipsis 1:7). También describe las escenas solemnes y las emociones formidables que acompañarán el magno acontecimiento: "Y todo monte y toda isla se removió (sic) de su lugar. Y los reyes de la tierra, los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas : Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?" (Apocalipsis 6:14-17).

Una confirmación absoluta

Pero para que tuvieses la absoluta seguridad acerca del advenimiento de nuestro Señor Jesucristo, y como pináculo de la seguridad de este suceso, él dio señales indicadoras envueltas en varias profecías que serán analizadas en el estudio siguiente. Cristo mismo afirmó que él se anticipaba a revelarnos el conocimiento de sucesos futuros para que cuando ocurrieran creyésemos, confiáramos en él. (Juan 14:29).

No puede existir la menor duda respecto a la esperanza del segundo advenimiento de Cristo. El desarrollo de la historia humana en que observamos el irrefutable cumplimiento de las inspiradoras profecías de la Biblia, por una parte, y la literal promesa enunciada por los propios labios del Maestro por la otra, proclaman con toda autoridad y evidencia que, tras esta noche tenebrosa, despuntará una alborada feliz. Tras la agonía de este mundo el Señor establecerá un orden nuevo, maravilloso donde no se conocerán la injusticia ni el sufrimiento ; después de las emociones tremendas por las que pasará la humanidad, aparecerá la figura majestuosa de Cristo. Dijo Jesús: "Entonces verán al Hijo del Hombre que vendrá en una nube con poder y gran gloria" (Lucas 21:27). Esa nube en que vendrá el Hijo del Hombre e Hijo de Dios estará compuesta por incontables ángeles que le acompañarán.
Él mismo es quien lo declaró al decir: "Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles" (Mateo 16:27). "Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria" (Mateo 25:31). Ciertas corrientes teológicas apartadas de las claras enseñanzas de la Biblia, por un lado, y organizaciones llamadas espiritualistas, por otro, han pretendido despojar la segunda venida de Cristo de su verdadero significado, espiritualizándola. Han afirmado, por ejemplo, que Cristo viene para cada creyente cuando éste muere, o que Cristo viene en ocasión de un servicio religioso, como en la administración de la hostia, o aun en las sesiones espiritistas, en las que transmiten a veces mensajes como provenientes de Cristo. No obstante, las explícitas declaraciones de las Escrituras descartan del todo esas ideas, y establecen categóricamente que Cristo vendrá en forma visible, audible, pública, personal y majestuosa.

Conclusión

He aquí la mayor promesa hecha al hombre en crisis: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy pues a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3). La hora crucial en que vivimos brillantemente enfocada por todas las profecías de la Biblia y señalada como el tiempo del fin, es la que presenciará el regreso fulgurante de Cristo.

Por lo tanto ella constituye para cada uno de nosotros un desafío extraordinario a buscar la preparación espiritual que necesitamos para estar en pie cuando Jesús regrese Hay un hecho indiscutible, y en esa preparación espiritual nos resulta indispensable a fin de no encontrarnos entre los que atemorizados, dirán: "a los montes y a las peñas; caed sobre nosotros y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono" (Apocalipsis 6:16), sino entre la multitud feliz que con indecible alegría clamarán jubilosa: "He aquí este es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará, este es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación". (Isaías 25:9).
Confía en Dios y su Palabra y el conocimiento anticipado de los planes grandiosos del Creador te resultarán un factor inamovible de seguridad, que apacigua las tormentas del presente y disipa los terrores del futuro. Los esfuerzos que realices para incorporar los principios admirables de la doctrina de Cristo, te reportarán confianza y alegría en este mundo, y te preparan para ese amanecer glorioso que a de pasar esta noche tenebrosa que vives, brillará teñida de esplendor inmarcesible.

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